La desesperación de Fede Valverde en la jugada con la que terminó el larguísimo primer tiempo contenía todo lo inexplicable del formidable hundimiento del Real Madrid en el segundo clásico de la temporada, el que terminó con el sueño de ganar siete títulos en una temporada. El uruguayo persiguió sombras azulgrana de área a área. Y lo hizo sin apenas compañía. Comenzó el lance situado al borde del área de Szczesny, donde aguardaba que le llegara la pelota después de un córner preparado. Pero la entrega de Rodrygo, como casi todo lo del equipo, fue terrible y el balón se lo quedó Lamine Yamal. Valverde trató de apretar al atacante, pero el balón encontró a Raphinha, y entonces el uruguayo se puso a perseguir al brasileño rumbo a Courtois. Una carrera solitaria y desesperada. Otra. Raphinha viajaba con más compañía. Encontró a Balde y Valverde ya no pudo más. Le dribló el lateral, pisó el área y tiró sin que Mendy terminara de apretarle. Era el 1-4.
El Barça ya le había marcado cuatro goles en el segundo tiempo del primer clásico, en octubre, un doloroso recuerdo con el que había aterrizado el Madrid en Yeda. Valverde, que corría desfondado a tapar todas las fugas en el centro del campo, había reconocido la tarde antes que aquel 0-4 del Bernabéu le había dolido “muchísimo”, que le había costado dormir aquella noche y que aún le pesaba. Evidentemente, el uruguayo no era el único que quería resarcirse de aquello. Pero el resultado fue que esta vez el Barça le metió cuatro, pero ya en el primer tiempo. Al final sumaron nueve en los dos clásicos del curso.
El coladero era extraordinario. En ese primer acto, el Madrid recibió siete tiros a puerta, más que nunca en las 11 temporadas de las que Opta guarda registros. Solo consiguieron contener al pelotón de Flick cuando se quedó con uno menos por la expulsión de Szczesny. En la segunda parte nada más recibieron un tiro a puerta: el quinto gol.
El andamiaje defensivo era de una endeblez llamativa. Los cuatro de arriba se aburrieron enseguida de correr hacia atrás y Valverde y Camavinga no eran capaces de atender los fuegos que prendían por todas partes. Si el uruguayo terminó el primer acto desesperado, el francés ya lo había parecido antes. Cometió un penalti, vio una amarilla y en una de las ocasiones en las que se le escapaba Lamine Yamal se quedó al borde de la segunda tarjeta.