El Papa Francisco afrontó durante 2018 el peor ataque a su persona en lo que lleva de pontificado, al ser acusado de encubrir los abusos sexuales de un cardenal estadunidense retirado, y cerró el año preocupado por la división en la Iglesia.
De manera sorpresiva, el 25 de agosto, el ex nuncio apostólico (embajador vaticano) en la Unión Americana, Carlo María Viganó, publicó un largo memorial en el cual señaló al Pontífice, diversos cardenales, obispos y sacerdotes de cubrir las malas conductas sexuales de Theodore McCarrick.
La publicación, organizada simultáneamente en sitios web críticos al actual pontificado y cuyas ediciones cotidianas son en inglés, español e italiano, directamente pidió la renuncia del Papa y señaló que él habría mantenido pasividad ante los señalamientos contra el arzobispo emérito de Washington.
El documento provocó una enorme sacudida, tanto dentro como fuera de la Iglesia, sobre todo porque apareció justo después de la publicación de un informe de un gran jurado de Pensilvania que causó indignación porque recopiló los testimonios de más de mil víctimas de abusos cometidos por sacerdotes a lo largo de 60 años.
Ese mismo día de agosto, el líder católico concluyó una visita apostólica por Irlanda y en el vuelo de regreso de Berlín a Roma comunicó su decisión de «no decir una palabra» sobre el escrito de Viganó y convocó a los periodistas a hacer una lectura crítica del memorial.
Así ocurrió, y rápidamente salieron a la luz numerosas inconsistencias y omisiones en el escrito de Viganó quien, incluso él personalmente, llegó a alabar públicamente a McCarrick en un evento benéfico que tuvo lugar en fechas en que, confesó, ya conocía de las acusaciones contra el cardenal.
Además, el ex nuncio acusó al Pontífice de supuestamente haber levantado en 2013 sanciones que habrían sido impuestas por el Papa Benedicto XVI al purpurado y de haberlo convertido en su «consejero de confianza».
Pero no existen pruebas de ninguna de ambas cosas, sobre todo porque McCarrick viajaba regularmente y sin problemas a Roma tanto en el pontificado de Ratzinger como en el de Bergoglio, asistiendo incluso a ceremonias en el Vaticano.
En junio pasado, cuando la primera denuncia formal, «creíble y comprobada» de un abuso contra un menor a cargo del purpurado llegó hasta la Santa Sede, Francisco le prohibió al purpurado ejercer su ministerio público, retirándolo del cardenalato.
Aún así, todavía están pendientes algunas explicaciones más generales sobre este caso que ha dividido a los obispos estadounidenses, algunos de los cuales (más de 30) han avalado públicamente los dichos de Viganó, pidiendo sean esclarecidos, pero sin disociarse de la exigencia de renuncia del Papa.
Por lo pronto, el Vaticano aún no aclaró cómo pudo un hombre con diversas acusaciones de malas conductas sexuales con seminaristas, terminar convirtiéndose en uno de los obispos más poderosos del país, algo que ocurrió en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, no de Francisco.
Según Viganó y otros clérigos, en la Santa Sede existían malos reportes sobre McCarrick al menos desde el año 2000, aunque los rumores en la Iglesia estadunidense existían desde tiempo antes. Sin embargo, una y otra vez fue propuesto para cargos episcopales de alto nivel.
Más allá del caso específico del cardenal, el Papa ha manifestado en diversas ocasiones su preocupación porque la crisis por los abusos sexuales se convierta en una excusa para alimentar la división dentro de la Iglesia católica.
Por eso pidió a todos los católicos del mundo rezar el rosario cada día durante octubre, para que la Iglesia sea preservada «de los ataques del maligno, del gran acusador», «para que sea cada vez más consciente de las culpas, errores, abusos cometidos en el presente y en el pasado, así como para que se comprometa en la lucha sin titubeos para que el mal no prevalezca».
Insistió en la necesidad de invocar a la Virgen María y a san Miguel Arcángel para que preserven a la Iglesia del diablo, «que siempre busca separarnos de Dios y entre nosotros».
Tal ha sido la preocupación del Papa por la división latente entre los católicos, que en su mensaje de Navidad a la Curia Romana, el 21 de diciembre pasado, incluyó entre las «aflicciones» del año a la infidelidad de «quienes traicionan su vocación, su juramento, su misión y su consagración a Dios».
Sin mencionar explícitamente a Viganó, fustigó a quienes «se esconden detrás de las buenas intenciones para apuñalar a sus hermanos y sembrar la discordia, la división y el desconcierto».
Señaló que se trata de personas que «siempre encuentran justificaciones», incluso lógicas o espirituales, para seguir recorriendo sin obstáculos «el camino de la perdición», pero advirtió que esto no es algo nuevo en la historia de la Iglesia.
Citó el proverbio según el cual «el camino del infierno está lleno de buenas intenciones» e invitó a comprender que «el tentador» y «el gran acusador» es quien divide, siembra la discordia, insinúa la enemistad, persuade a los hijos y los lleva a dudar.